Según la OMS la obesidad es “una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”, y que afecta a personas de todas las edades y de todos los niveles sociales.
Los expertos calculan que el 80% de los niños y adolescentes obesos continuarán siéndolo cuando lleguen a adultos si no se adoptan las medidas oportunas. En los últimos 40 años, la obesidad infantil se ha duplicado en Estados Unidos, mientras que, en España, más de la mitad de los adultos son obesos o tienen sobrepeso, trastornos que afectan al 28% de los niños españoles, lo que puede disminuir su esperanza de vida.
Hay que distinguir el sobrepeso de la obesidad. Una persona tiene sobrepeso cuando su peso está por encima del aconsejado en relación con la talla (esto se calcula con el IMC o índice de masa corporal). Se considera que existe sobrepeso cuando el IMC se encuentra entre 25 y 29,9, mientras que a partir de un IMC 30 se considera que la persona es obesa.
Diversos estudios han relacionado el sobrepeso durante la infancia con la obesidad al alcanzar la edad adulta. Los profesionales médicos advierten de que hay que prevenir y tratar los problemas de peso desde la niñez para evitar que estos trastornos y las enfermedades asociadas a los mismos disminuyan la calidad de vida de la población y desborden el sistema sanitario (casi el 30% de la población adulta en España padece obesidad).
La obesidad infantil, aunque puede estar originada por una enfermedad genética endocrina, en el 99% de los casos se produce como resultado de la combinación de una serie de factores ambientales (una dieta inadecuada y sedentarismo), genéticos (los niños cuyos padres son obesos tienen un riesgo mayor de padecer el trastorno) y psicológicos (cuando la persona utiliza la comida para compensar problemas emocionales, estrés o aburrimiento).
Factores ambientales: Una dieta hipercalórica en la que haya abuso de alimentos ricos en grasas y azúcares, y que suponga una ingesta energética superior a las necesidades reales durante largos periodos de tiempo, tiene como consecuencia un importante incremento de la grasa corporal. Ver la televisión es un importante factor de riesgo para desarrollar obesidad porque, además de tratarse de una actividad sedentaria que sustituye a otras en las que sí se consume energía, facilita que se siga comiendo, e incluso se imite a personajes con malos hábitos alimentarios. El ordenador y las consolas suman horas al sedentarismo infantil, especialmente a partir de los siete u ocho años, y han sustituido a otras actividades como juegos y deportes al aire libre, que ayudaban a mantener el equilibrio entre el consumo de calorías y el gasto de energía.
Genética: El riesgo de que un niño sea obeso aumenta considerablemente cuando sus padres lo son (tiene cuatro veces más posibilidades de desarrollar obesidad si uno de sus padres es obeso, y ocho veces más si ambos progenitores lo son). Sin embargo, en esta ecuación no solo interviene la herencia genética (facilidad para aumentar de peso, inadecuada distribución de la grasa corporal…), sino el estilo de vida de la familia como la preferencia por determinados alimentos o formas de cocinarlos que incrementen la ingesta de calorías, así como un escaso gasto de energía debido a poca o nula actividad física. El niño normalmente seguirá los mismos hábitos familiares, lo que favorecerá el aumento de peso ya durante la infancia.
Factores psicológicos: En ocasiones, tanto niños como adultos, buscan en la comida una recompensa, una forma de mitigar sus carencias y frustraciones. Pueden comer cuando se sienten tristes o inseguros, para olvidar sus problemas, por estrés o por aburrimiento. Los alimentos elegidos suelen aportar poco valor nutritivo y muchas calorías (dulces y chucherías, aperitivos como patatas fritas industriales y similares…). En estos casos, además, los niños pueden estar imitando las conductas que han observado en sus mayores.
Estos son algunos consejos que los padres deben tener en cuenta si quieren prevenir la obesidad infantil en sus hijos:
Al hacer la compra debemos tener en cuenta que los padres deciden lo que se va a comer en casa. Hay que incluir más fruta y verdura en la cesta de la compra, y menos grasas y productos azucarados. Hay que acostumbrar a los niños, desde pequeños, a tomar frutas o yogures de postre en vez de dulces.
No se debe llenar la casa de bollos, pasteles, chocolate, galletas, caramelos, patatas fritas y similares, refrescos, y todo aquello que aporte pocos nutrientes y muchas calorías y facilite picar entre horas.
No es conveniente prohibir totalmente ciertos alimentos, como los dulces, porque en su justa medida no son perjudiciales y no poder comerlos nunca puede generar ansiedad en los pequeños y rechazo por otros alimentos.
Es importante que desayunen mucho y que sea completo. Y hay que distribuir las comidas a lo largo del día (cuatro o cinco tomas).
En la merienda optar por fruta, lácteos o bocadillos (mejor de atún, sardinas o queso), en vez de dulces industriales.
Se debe limitar el consumo de refrescos azucarados, sobre todo durante las comidas, porque además de engordar, sacian al niño temporalmente y este deja de comer alimentos sanos.
Hay que procurar comer en familia siempre que sea posible para supervisar lo que come el niño (tanto qué como cuánto).
No utilizar nunca los alimentos como recompensa ni como castigo.
Los cambios en el estilo de vida deben ser paulatinos y a largo plazo, no hay que pretender que se produzcan pérdidas de peso significativas en poco tiempo.
Al comer fuera de casa, hay que elegir restaurantes donde se sirvan ensaladas, guisos y comida de tipo mediterráneo, en vez de comida rápida.
Es conveniente hacer ejercicio a diario, aunque solo sea dar un largo paseo. Si los padres tienen un estilo de vida saludable, el niño también.
Desde pequeño, se debe acostumbrar a los niños a que jueguen al aire libre y a permanecer activos. Reducir las horas de televisión, videojuegos, y otras actividades sedentarias.
Hay que animarlos a practicar algún deporte, en grupo o individual. Seguro que hay alguno que le gusta y lo puede realizar como una actividad extraescolar o los fines de semana.